
Obedecer en el Señor a nuestros padres
Uno de los conocimientos que los padres nos enseñan son los diez mandamientos, dados por nuestro Dios, que constituyen una base de la norma de conducta para todos los hombres, misma que está vigente en nuestros días y por la eternidad. De esta ley analizaremos el quinto mandamiento:
«Honra á tu padre y á tu madre» (Éx. 20:12).
¿Qué implica este mandato para que Dios lo pusiera dentro de su ley? Darles el reconocimiento a los padres, tratándolos con amor, respeto y gratitud, siendo el primer mandamiento con promesa, para que nos vaya bien y tener la bendición de una vida larga en la tierra. Pero ¿qué significa realmente obedecer?, la cita en Efesios 6:1:
«HIJOS, obedeced en el Señor á vuestros padres; porque esto es justo…»
Nos habla de hacer lo justo, y lo justo es todo aquello que se ajusta a las normas de Dios, porque esto es lo que verdaderamente agrada al Señor (Col. 3:20). La obediencia a los padres es fundamental en nuestro desarrollo, ya que lo que nuestros padres nos enseñen y cómo aprendemos de ello afectará directamente en qué tan bien nos vaya en la vida y qué tanto se prologue nuestra vida sobre la tierra. Obedecer requiere no olvidar la instrucción que durante años nuestros padres nos han enseñado:
«Oye, hijo mío, la doctrina de tu padre, Y no desprecies la dirección de tu madre:» (Pr. 1:8).
Esto significa que es importante recibir instrucción, es decir, permitir que se nos dirija y oriente, pues, los padres tienen más experiencia, han adquirido conocimiento en diversas áreas de la vida, así que, ellos nos pueden indicar y/o aconsejar sobre qué es lo que nos conviene hacer. Si se valora la instrucción y la dirección, con el favor de Dios todo nos saldrá bien, y nuestros padres se sentirán contentos por tener hijos obedientes que acatan con diligencia todo aquello que se les ordene. Los padres tienen una gran responsabilidad con nosotros sus hijos, que cumplen por amor, ya que, nos guían por el camino de Dios, mostrándonos así a apartarnos de la idolatría, de la inmoralidad, de las malas influencias, y de caminos de perdición; para así allegarnos al Creador.
En todas las etapas de la vida es medular pensar en Dios, y acordarnos de Él de día y de noche, de manera que nuestro pensamiento en Él persevere (Is. 26:3). Sin embargo, ciertamente la juventud es una etapa complicada, por lo que, en esta etapa en particular es necesario tener en la mente y corazón a Dios, para que con temor y entrega le sirvamos, en obediencia. Así lo aconsejaba el sabio:
«Y ACUÉRDATE de tu Criador en los días de tu juventud…» (Ecl. 12:1).
Un hijo sabio alegra a su padre con sus buenas obras, en cambio, un hijo necio es la tristeza de la madre (Pr. 10:1), porque no escuchar el consejo provocará dolor y sufrimiento al hijo, pero también a sus padres. Cumplir este mandamiento provoca que los hijos sean causa de gozo y traigan bien a sus padres, recordando que la honra a los padres es siempre, de manera que mientras nuestros padres vivan es nuestra responsabilidad honrarlos y ver por ellos (Mr. 7:10-13). En 2 Timoteo 3:1-2 hay una advertencia:
«ESTO también sepas, que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos: Que habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, detractores, desobedientes á los padres, ingratos, sin santidad»
Advertencia que se cumple ante nuestros ojos, al haber hijos que por desechar el consejo y menospreciar a sus padres acarrean el mal para su vida, con consecuencias tristes y dolorosas, ocasionando grande amargura en sus padres. Si nos encontramos en rebeldía con nuestros padres, debemos acercarnos a nuestro Dios, y así, pedir su ayuda; para que podamos cambiar, renunciando a lo que nos aleja de Él y nos lastima, para así atender los consejos, y con humildad cumplir su voluntad.
En un mundo donde prevalece la ingratitud y el egoísmo somos llamados a ser luz, para que a través de nuestra vida esa luz alumbre. La honra a nuestros padres es un compromiso de por vida, por lo que es imprescindible entender que, nuestros padres en sus años de vejez necesitan de nuestro amor, apoyo y cuidado, es un tiempo para manifestarles nuestro amor y gratitud por todo lo que nos brindaron en nuestra vida.
La obediencia es esencial, pero es necesario discernir y evaluar las instrucciones de nuestros padres a la luz de los principios divinos, sobre todo cuando los padres no viven bajo el temor de nuestro Dios, quizás dentro de la iglesia se presenten con menor medida casos en que las instrucciones u ordenes no sean las correctas, pero se dan. En estos casos el hijo es el que por medio del conocimiento de la palabra de Dios debe identificar qué es lo correcto, si alguna instrucción va en contra de las ordenanzas de nuestro Creador o que afecte nuestra espiritualidad. Ante estos escenarios es necesario buscar a Dios en oración para que Él nos dé la sabiduría, para actuar con prudencia ante nuestros padres terrenales. Como hijos de Dios somos llamados a priorizar la voluntad del Eterno por encima de cualquier otra autoridad, no obstante, nuestro Dios nos enseña a respetar y sujetarnos a nuestras autoridades (Rom. 13:1), salvo la excepción antes mencionada, como lo declara el Apóstol Pedro:
«… Es menester obedecer á Dios antes que á los hombres.» (Hch. 5:29).
Las Sagradas Escrituras están llenas de ejemplos de personajes que obedecieron fielmente a sus padres y fueron bendecidos por Dios. Mencionando alguno de los ejemplos más destacados de obediencia, fue la de Abraham y su hijo Isaac en Génesis 22:6-12, cuando Abraham, su padre, fue llamado por Dios, para probar su fidelidad; le fue ordenado hacer un sacrificio con su hijo Isaac, y en el cumplimiento de esta orden Isaac confió en su padre y Abraham mostró su fe en Dios. En este acto de obediencia, nuestro Dios detiene la mano de Abraham, para no sacrificar a su hijo, pues demostró su plena fe en Él (Rom. 4:21). Este ejemplo de Abraham e Isaac nos enseña que, la obediencia a los padres y a Dios, incluso en situaciones difíciles, es una valiosa expresión de fe.
Un ejemplo de obediencia desde temprana edad es el de Samuel. Samuel obedeció a su madre, Ana, cuando ella lo dedicó al servicio de Dios desde su infancia (1 S. 1:27-28). En 1 Samuel 3:1-10 se narra que, cuando era niño y servía en el templo, bajo la guía del sacerdote Elí, respondió al llamado de Dios con un corazón dispuesto, diciendo: «Habla, que tu siervo oye.». Además, su disposición a obedecer tanto a sus padres como a Dios lo llevó a convertirse en uno de los jueces, sacerdotes y profetas más importantes de Israel.
El rey David es otro ejemplo, ya que, siendo mozo, se sujetaba a su padre (1 S. 17:17-18). Isaí envió a David a llevar provisiones a sus hermanos que estaban en el campo de batalla contra los filisteos. A pesar de ser el menor y de estar ocupado cuidando ovejas, David obedeció sin queja, por lo que, su disposición lo llevó a estar en el lugar donde derrotaría a Goliat, y a su vez, dar gloria y honra al Dios de Israel; sin lugar a dudas un acto determinante en su ascenso como líder y rey de Israel. La historia del rey David es vasta, pero este ejemplo nos muestra cómo la obediencia, incluso en tareas simples, puede ser usada por Dios para grandes propósitos. Estos personajes nos inspiran a vivir una vida de obediencia y gratitud, fortaleciendo nuestros lazos familiares y espirituales.
Nuestro Señor Jesucristo es el fiel ejemplo de la obediencia a la voluntad de Dios. En las Escrituras nos dice que fue obediente, hasta la muerte y muerte de cruz (Fil. 2:8), y los cuatro evangelios dan testimonio de toda la obra que él vino a realizar, con la cual mostró su obediencia al Padre, y asimismo, su gran amor al morir por el mundo, para redimirnos y ser salvos, si es que creemos en él y guardamos su palabra:
«… El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos á él, y haremos con él morada.» (Jn. 14:23).
Hermanos, por la misericordia de Dios es que hemos sido llamados a ser sus hijos (Rom. 11:7), somos parte de su familia espiritual. Junto a nuestros hermanos formamos un cuerpo, que es la iglesia, teniendo el mismo espíritu y vocación:
«Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros.» (Ef. 4:6).
Vivir en obediencia al Padre, cumpliendo con sus mandatos por amor, como lo menciona Deuteronomio 11:1:
«AMARÁS pues á Jehová tu Dios, y guardarás su ordenanza, y sus estatutos y sus derechos y sus mandamientos, todos los días.»
Permite que, reine en nuestros corazones, para honra y gloria suya. Además, nos lleva a estar confiados al ser guiados por su voluntad; de manera que, obtengamos una vida llena de bendiciones, con la viva esperanza de la vida eterna:
«… habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.» (Heb. 10:36).