La importancia de la familia

La importancia de la familia


«Asimismo á los de su generación con todos sus niños, y sus mujeres, y sus hijos e hijas, á toda la familia; porque con fidelidad se consagraban á las cosas santas.»

2 Cr. 31:18, Reina-Valera 1909


Desde el principio, Dios mostró que el hombre no podía estar solo, la necesidad de compañía se manifestó; por lo que le formó una ayuda idónea, sin embargo, aunque el hombre ya tenía compañía de la mujer, Dios les mandó a que se multiplicaran, es decir, tener descendencia. Aquí es dónde encontramos el origen de la familia, pues la familia no es únicamente hombre y mujer: la familia es hombre, mujer e hijos. Ésta es la compañía en que Dios pensó para el hombre.

Comprender el porqué es necesario que en una familia exista hombre, mujer e hijos es de suma importancia. De hecho, el título de padre sólo se le puede aplicar a quien ha tenido descendencia, por el contrario, el título de hijo a todos nos pertenece, en tanto que tenemos padres. Por lo que existe una dependencia entre sí, no puede existir uno sin que exista el otro, además, Dios no formó a la primera pareja con la intención de que ahí concluyera esa relación y compañía, sino que observamos el propósito de la creación de la familia:

«Pues qué ¿no hizo él uno solo aunque tenía la abundancia del espíritu? ¿Y por qué uno? Para que procurara una simiente de Dios…»

Mal. 2.15


Es decir, la creación de una simiente santa, una familia que pertenezca al pueblo de Dios. Es importante entender el tipo de relación que se tiene en la familia, entre cada uno de sus miembros. Comenzando por el padre, quien es cabeza de la familia y quien trae salud al cuerpo, pero el resto de los miembros también son importantes para cumplir con el propósito por el cual fuimos creados: ser simiente santa, para gloria de Dios (Is. 43:7).

Es por ello que necesitamos fortalecer los vínculos de confianza, honestidad y comunicación, que hay en la familia, porque sin éstos la familia se puede quebrar y hasta romper. Llegado a ese punto, los miembros de la familia tienen mayor confianza y comunicación con quienes no forman parte de este núcleo familiar: llegan las mentiras, se hacen cosas en oculto, y se apoya más a los amigos que a la misma familia. El ejemplo de Saúl y sus hijos nos permite visualizar que esto ocurre incluso en las familias que forman parte del pueblo de Dios, pues, llegando el tiempo en que se conocen Jonathán y David, Jonathán tiene más confianza con David que con su padre; por lo que Jonathán llega a desobedecer a su padre y dejar que David escape de sus manos (1 S. 20), de manera que en determinado momento Saúl llama a su propio hijo:

«Hijo de la perversa y rebelde, no sé yo que tú has elegido al hijo de Isaí para confusión tuya.»

1 S. 20:30


E incluso Michâl escondió a David de Saúl, su padre, para salvarle la vida, mintiéndole:

«Entonces Saúl dijo a Michâl: ¿por qué me has así engañado, y has dejado escapar a mi enemigo?…»

1 S. 19:17


En cambio, también hay ejemplos de obediencia, donde el padre se coloca como ejemplo de vida y sus hijos le obedecen en todo. Tal es el caso de los Rechâbitas, a quienes Dios mandó a través de un profeta a la casa de Jehová para que bebieran vino, sin embargo, los Rechâbitas respondieron:

«… No beberemos vino; porque Jonadab hijo de Rechâb nuestro padre nos mandó diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos.»

Jer. 35:6


Con esto se forma un dilema: ¿estuvo bien o mal el actuar de los Rechâbitas?, pues desobedecieron la palabra de Dios a través del profeta, pero obedecieron la voz de su padre. Sencillo, estuvo bien, porque el propósito de mandar a Jeremías con ellos no era realmente que los hiciera tomar vino, sino demostrar que aún existía la obediencia. Si hay obediencia a la voz de los hombres, lo puede haber en la palabra de Dios.

Pareciera, entonces, que como es el padre o madre de la familia, así serán los hijos (Is. 24:2). Si obedientes los padres, obedientes los hijos, o si mal los padres delante de Dios, mal los hijos delante de Dios, pero esto no siempre se cumple así; tenemos el ejemplo de Samuel, quien fue un varón de ejemplo y respetado por todo el pueblo, pero sus hijos no siguieron sus pasos, al contrario, no anduvieron por el camino de Dios:

«Y aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso sus hijos por jueces en Israel. […] Mas no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se ladearon tras la avaricia…»

1 S. 8:1 y 3


Por el contrario, si hablamos de un mal ejemplo de padre no significa que el hijo forzosamente será así, ya que Josías, el rey que comenzó su gobierno a los 8 años, no siguió el ejemplo de Manasés su abuelo ni de Amón su padre, a quienes se les escribe como varones que cometieron grande pecado delante de los ojos de Dios:

«De veinte y dos años era Amón cuando comenzó á reinar, […]. E hizo lo malo en ojos de Jehová, como había hecho Manasés su padre.»

2 R. 21:19-20


De modo que, la familia es muy importante para poder santificarnos a Dios, o para dejar en el olvido ese camino. No podemos excusarnos en decir que nadie nos enseña a ser padres y que, por lo tanto, cometemos errores, ni que nadie nos enseña a cómo ser hijos, pues si tenemos ejemplo de cómo serlo: El Padre Eterno es el ejemplo más grande sobre ser padre, y Jesucristo, nuestro maestro, sobre ser hijos de excelencia. De la misma manera, hay que considerar que no únicamente dependemos de los padres para alcanzar la espiritualidad y santificación, sino que siendo hijos también podemos hacer que el resto de la familia se santifique a Dios. No olvidemos a Jephté, que, siendo un hijo ilegítimo, despreciado por su familia, de quien nadie esperaba nada, Dios lo utilizó para dar libertad al pueblo de Israel (Jueces 11).

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