Conociendo a mi Dios

Conociendo a mi Dios


«Carísimos, amémonos unos á otros; porque el amor es de Dios. Cualquiera que ama, es nacido de Dios, y conoce á Dios. El que no ama, no conoce á Dios; porque Dios es amor.»

1 Jn. 4:7-8, Reina-Valera 1909


Para conocer a nuestro Dios debemos de estudiar y escudriñar las Sagradas Escrituras, ya que en ellas se encuentra plasmada la voluntad de nuestro Padre, y al llevarla a cabo demostramos que conocemos al verdadero Dios. Existen muchas formas de demostrar que le conocemos, una de ellas es el amor a nuestro prójimo, como dice la Escritura:

«El que no ama, no conoce á Dios; porque Dios es amor.»

1 Jn. 4:8


En las Sagradas Escrituras encontramos un gran ejemplo de amor a los demás, el cual proviene primeramente de nuestro Dios al mandar a su Hijo unigénito:

«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.»

Jn. 3:16


Y de nuestro Señor Jesús al dar su vida por nosotros:

«Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos.»

Jn. 15:13


Ahora nos toca a nosotros demostrar lo que hemos estudiado y aprendido. En el mundo existen expresiones como: «te quiero», «te amo», pero sólo son frases que muchas de las veces no van acompañadas por acciones, que son las que realmente demuestran que existe ese amor. Nosotros como hijos de Dios tenemos que mostrar amor, ya que es una orden e instrucción dada por el Señor Jesucristo:

«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos á otros: como os he amado, que también os améis los unos á los otros.»

Jn. 13:34


¿Cómo demuestro el amor al prójimo? Al obrar con bien


«Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de ti prestado, no se lo rehuses. Oísteis que fué dicho: Amarás á tu prójimo, y aborrecerás á tu enemigo. Mas yo os digo: Amad á vuestros enemigos, bendecid á los que os maldicen, haced bien á los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos: que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueve sobre justos é injustos.»

Mateo 5:42-45


Hacer el bien implica extender la mano al prójimo: amigos, enemigos y a toda persona que se encuentre en nuestro entorno, que podamos ver o nos den a conocer sus necesidades; procurando siempre ayudar, a los hermanos de primera instancia, y posteriormente a los demás:

«Así que, entre tanto que tenemos tiempo, hagamos bien á todos, y mayormente á los domésticos de la fe.»

Gál. 6:10


Una vez atendidas las necesidades de la Iglesia, podemos externarnos hacia los gentiles, a los que les damos testimonio al actuar de manera diferente, pues la indiferencia entre las personas en el mundo es común; por ello la empatía que mostramos ante las adversidades de los demás denota que la luz de Dios brilla en nosotros, demostrando así que somos hijos de luz.

Predicar el Evangelio


Esta es una labor muy importante, ya que es una orden que nos ha dejado el Señor Jesús:

«Y les dijo: Id por todo el mundo; predicad el evangelio á toda criatura.»

Mr. 16:15


Por lo tanto al obedecer a este mandato podemos dar testimonio, y a su vez anunciar el evangelio al mundo a través de nuestro comportamiento, forma de hablar, trato a los demás, entre muchas otras acciones. La voluntad de nuestro Padre Celestial es:

«… no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.»

2 P. 3:9


Y para que esto se cumpla debemos estar preparados en el conocimiento pleno de las Sagradas Escrituras, ocupándonos de llevarlas a cabo; para así ser esa luz que alumbre al mundo:

«Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen á vuestro Padre que está en los cielos.»

Mt. 5:16


Esta última parte es muy importante, pues no sólo anunciamos a nuestro Dios, sino que también damos honra y alabanza a su Nombre. Por lo que ahora hermanos, demostremos que conocemos al Dios único y verdadero, cumpliendo con el mandato de amar a nuestro prójimo, y así llegar a una vida en santidad, misma que es primordial para obtener la recompensa de la vida eterna.

«Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor:»

Heb. 12:14


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